lunes, 13 de junio de 2011

Winter

La primavera me hace acordar que las clases se están por terminar, el verano está bueno para irse de vacaciones, y empecé mi noviazgo con un otoño. Sin embargo, si dejamos de lado este tipo de asociaciones, mi época preferida del año es el invierno.
Me gusta mucho el frío, me resulta cómodo. Si tenés frío te podes poner un buzo, una campera y está todo solucionado. En cambio uno puede tener calor aunque camine desnudo por la calle. Prefiero muchísimo más el frío al calor, al punto tal que hubo veces en las cuales estando abrigado en un subte lleno de gente y faltando varias estaciones para llegar a mi casa, preferí bajarme y volver caminando, por más que afuera estuviera lloviendo. La transpiración es algo que me molesta mucho.
No sé por qué, pero un invierno muy paradigmático para mí fue el del 2003, yo estaba en segundo año del secundario y era bastante ingenuo (quizás ahora todavía lo sea un poco). En ésa época estaba muy enamorado de una chica con la que rara vez había cruzado una palabra y con suerte veía unas pocas veces al año. Pensaba mucho en ella todos los días, si bien ella apenas sabía que existía. La había idealizado a tal punto que sólo pensar en ella me ponía de buen humor, de hecho cuando me pasaba algo malo trataba de sobreponerme mirando para adelante, pensando que en otro momento, en otro lugar las cosas podrían estar mejor (y ella me podría dar bola). Se imaginarán mi decepción luego de conocerla mejor y darme cuenta que esa persona tenía muy poco que ver con esos atributos que yo le había otorgado idealizándola.
También me acuerdo de mi mejor amigo de esos días, al cual aún sigo viendo. Él tenía ganas de fundar una sociedad que se ocupara de revivir algunas viejas y buenas tradiciones que nunca supe bien cuáles eran, el punto era que para eso me había prestado el libro Crónicas del Angel Gris de Alejandro Dolina, un libro de cuentos realmente bueno que lo sentí muy cercano a mí, si no me acuerdo mal ese fue mi primer contacto con la literatura argentina. Yo, a cambio, le presté la historieta El Eternauta de Hector Germán Oesterheld y Francisco Solano López, una obra maestra que hoy tengo muchas ganas de releer pero no encuentro el tiempo adecuado.
Otro personaje relevante de ésa época era el profesor de Catequesis del colegio. Si bien hoy a muchos les puede sonar ridículo o cursi, el tipo era muy coherente en cuanto a su discurso, al punto que hoy lo podría considerar más un militante político que un catequista. Tenía algunas ideas que hoy por hoy no comparto, soy más agnóstico que otra cosa, pero al menos él presentaba argumentos dentro de todo sólidos, se podían aceptar o no, pero eran respetables. Era un profesor muy canchero, pero no de esos que son cancheros porque usan anteojos de sol y simulan ser cool, lo copado de él era su forma de responder y argumentar. Su coherencia lo diferenciaba de muchos otros profesores o hermanos del colegio que, en más de un caso, defendían una religión del “porque sí”, sin responder muchas buenas preguntas y dando malas explicaciones para sus propuestas (un ejemplo de este tipo argumentos, de los que varios otros hacían uso, era que a misa había que ir porque Dios nos daba ciento sesenta y ocho horas por semana, y nos pedía solamente una). De todas formas, si bien el profe tenía opiniones muy interesantes sobre temas cotidianos y bien concretos, la materia en sí fue la más difícil de ése año, aunque cueste creerlo, había que fundamentar y explicar frases como “la oración eleva el espíritu” (y había una respuesta teórica que se esperaba, no se trataba de una libre interpretación).
Una pasión que tenía por ésa época, que de hecho todavía la tengo pero con menor intensidad (y dedicándole menos tiempo), era el anime. Me emocionaba mucho viendo las intros u openings de Detective Conan y los Caballeros del Zodiaco (Saint Seiya, para los entendidos), también disfrutaba viendo los partidos fantásticos de Super Campeones que ese año habían vuelto a las pantallas. El manga también me gustaba y mínimo dos veces por mes iba a Camelot a comprar los tomos mensuales de I”s y Rurouni Kenshin. Tenía dos amigos del colegio con los cuales compartía éste hobby, me reía muchísimo con ellos, capaz hasta más de lo que ellos esperaban, ya que muchas veces me miraban raro cuando me mataba de la risa después de que ellos contaran algún chiste o anécdota graciosa. Eran muy graciosos pero dentro de su contexto, si les contaba sus anécdotas a otros, incluso compañeros del colegio, por ahí no les causaban mucha gracia. Hay gente con la que te podés reir mucho, pero por ahí su humor no sea extrapolable más allá del grupo de amigos del cual forman parte.
No eran tiempos de gloria ni tampoco los recuerdo con un entusiasmo demasiado grande, pero son parte de mi historia, y no sé por qué, cuando pienso que me gusta el invierno, me acuerdo del invierno de ése año en particular, de hecho muchas veces que pienso en eso me acuerdo de mí mismo muy a la mañana, antes de que amaneciera por completo, caminando abrigado las cuatro cuadras que tenía desde mi casa hasta el colegio.