“Su ilusión es
escribir un libro enteramente hecho de citas. No muy distinta es tu novela,
escrita a partir de los relatos familiares.”
Ese fragmento resume esencialmente
el contenido de “Respiración artificial” de Ricardo Piglia. La semana pasada,
ni bien me desocupé de la facultad agarré la novela y me puse a leerla. ¡Es
excelente! El libro está compuesto de conversaciones, ya sea por medio de
cartas o transcripciones de encuentros, acerca de historia, literatura y
anécdotas familiares y vivenciales de los protagonistas. Es una obra llena de referencias a otras obras
(si bien esto es algo que siempre ocurre, en éste caso las referencias son más
conscientes y un poco más explícitas), pero no están enumeradas como las
referencias bibliográficas de una monografía, sino que todo es parte de una
gran conversación, sumamente natural, como quien no quiere la cosa. También hay
muchas referencias históricas (algunas bastante sutiles, que pueden resultar
incomprensibles para los que no estén familiarizados con la historia
argentina).
El argumento es prácticamente una
excusa para hacer a los personajes hablar, debatir y exponer sus ideas y
concepciones de la vida, el mundo, la filosofía y la literatura. Emilio Renzi,
un escritor de más o menos unos cuarenta años, se escribe con su tío, Marcelo
Maggi, un abogado residente en Concordia
que se dedica a dar clases de historia en un colegio secundario de dicha
ciudad. Maggi había abandonado a su mujer y al resto de su familia para
escaparse con su amante, por lo cual su sobrino nunca llegó a conocerlo
personalmente, pero al inicio de la trama Renzi inicia una correspondencia con
él, en la cual empiezan a discutir acerca de las distintas versiones de aquella
anécdota familiar. Maggi, a su vez, se encuentra desde hace décadas estudiando
unos documentos pertenecientes a Enrique Ossorio, un intelectual que fue
secretario de Rosas, y que además es
abuelo del ex suegro de Maggi, Luciano Ossorio. Con el correr de las páginas también
aparecerán personajes como el paranoico Arocena que siempre busca mensajes
cifrados en la correspondencia ajena que lee, o el polaco erudito Vladimir
Tardewski, discípulo de Wittgenstein hasta antes de estallar la segunda guerra
mundial.
Si esta novela fuese una página
web, estaría repleta de links interesantísimos, mientras la leía me daban
muchas ganas de profundizar mis conocimientos sobre distintas áreas, hasta
pensé en ir de oyente a las clases de Teoría Literaria de la Facultad de
Filosofía y Letras para hacer este comentario más decentemente. Es un libro muy
interesante, que te abre puertas a distintas áreas del conocimiento académico
(particular pero no exclusivamente argentino) y que en más de una oportunidad
le saca a uno una sonrisa. Me dio la impresión de que, aún habiendo disfrutado
la novela, hubo cosas que se me escaparon, como a quien se le escurre arena de
las manos. La agregué, junta a Boquitas Pintadas de Manuel Puig, a mi lista
selecta de libros que pienso releer más provechosamente en algún futuro.