Laberintos Ideológicos
Creo o quiero creer tener una
ideología política más bien cercana a la izquierda, siendo asociada esta
postura a una crítica a un mundo que es inequitativo y desigual y que pretende
tomar una faceta ‘meritocrática’ ocultando el hecho de que brinda a los
distintos individuos oportunidades diferenciales para desenvolverse en la vida
cotidiana (dicho de otra manera, se trata de tapar la realidad de que no todos
partimos con las mismas herramientas y la distribución de las mismas tampoco
fue realizada de una manera justa). Sin
embargo, muy de vez en cuando, sucede algo que me hace dudar de realmente
pensar lo que creo que pienso. El hecho bien puntual ocurre cuando me roban en
la calle.
Critico a un mundo inequitativo y
excluyente, no obstante, cada vez que me roban siento una tremenda bronca, y no
precisamente hacia este sistema capitalista que fomenta valores de consumo y
excluye a grandes sectores de la población mundial, sino específicamente hacia
la persona que me robó.
No quiero caer en ese viejo
discurso simplista de que los chorros son chorros porque no quieren laburar, o
el clásico ‘hay que matarlos a todos’.
Creo que hay una influencia de factores tales como la exclusión, la desigualdad
y el desempleo en la delincuencia. La mejor forma de disminuir éste fenómeno a
largo plazo es ampliar el acceso a la educación, generar más fuentes de trabajo
y fomentar más actividades recreativas para jóvenes como ser las artes y los
deportes. De todas formas, y aún coincidiendo con éstos proyectos a largo plazo,
mientras tanto la persona que comete un delito tiene que ir presa. Lo ideal
sería que las cárceles no empeorasen a los delincuentes y eso también es un
punto a mejorar, pero aún así quien comete un delito tiene que ir preso o retribuir
ese delito, siempre teniendo en cuenta que la justicia debe mirar al futuro y
no al pasado, lo importante no es castigar a quien comete el crimen sino evitar
que el delito se vuelta a cometer.
Es una posición muy complicada,
porque a veces pareciera que la gente supone que porque uno cree que el mundo
es injusto, desigual, excluyente y que hay que hacer algo para transformarlo,
tiene que abrazarse con un chorro y no culparlo cuando te afana.
La interpretación de los choreos
A lo largo de este último año me
afanaron unas tres veces, esto es igual a la mitad del total de veces que me
robaron en mi vida. Las situaciones cada vez fueron empeorando, de a poco el ‘dame
todo lo que tengas y no te va a pasar nada’ se iba transformando en un ‘danos
billetes y el celular o si no te recagamos a palos’. Afortunadamente
siempre salí ileso y lo peor que me sacaron fue plata, mi teléfono móvil o
algún objeto que tenía cierto valor sentimental pero que económicamente no
valía tanto. Incluso hay una anécdota que, dentro de todo, hasta es graciosa,
una vez, creo que fue en el 2009, me agarraron y yo solamente llevaba cuatro
pesos y un celular siemens básico que para ese entonces ya tenía unos cinco
años, el chorro me terminó devolviendo el celular y pidiendo disculpas.
Las dos primeras veces que me
robaron este año tuvieron una cierta significación particular en lo que fue mi
vida unos pocos días después. Por ejemplo, a fines de marzo mi novia estaba muy
enojada conmigo, al punto tal que dudaba de seguir la relación. Era un domingo
o un lunes feriado, no me acuerdo muy bien, el hecho es que yo estaba solo en
casa y, como me daba mucha fiaca cocinarme y tenía un vale de dos por uno para
una McNífica, fui a McDonald’s y me compré un par de hamburguesas. Después de
haberme terminado el primer sándwich en la calle, aparece un pibe, al cual al
toque se le suma otro, y me piden violentamente ‘algo para comer’, billetes y el celular. No era la primera vez que
me robaban, pero si la primera que lo hacían tan violentamente, los chorros
anteriores, mal que mal, habían sido dentro de todo más diplomáticos y seguros,
tenían más tacto, estos últimos me habían hecho pasar un momento de mierda. A
mi novia, después de haberse enterado de la noticia, se le ablandó el corazón y
me invitó a comer a la casa. Hablamos un poco y, al menos por el momento, las
cosas se habían solucionado.
Seis meses después, una situación
similar tiene lugar, pero en un contexto de mi vida bastante distinto. Mi
(ahora) ex novia hacía ya un mes y medio que me había cortado, sin embargo nos
seguíamos viendo cada tanto y la posibilidad de retomar la relación en algún
futuro más o menos incierto estaba. El
día en que me robaron por segunda vez en este año, amenazándome de paso con un
vidrio, fue también desgraciadamente el día que vi a mi ex novia por última
vez. Me volvieron a robar el celular, más que nada eso. El modelo era un poco
mejor que el anterior, no era nada así súper grosso pero al menos podía sacar
fotos y escuchar música mp3 con auriculares normales y no esos que sirven sólo
para algunos tipos de teléfonos. Al poco tiempo mi ex decidió que dejáramos de
vernos, ya que ella tenía la necesidad de estar sola y seguir encontrándonos
sólo iba a hacer que yo me confundiera. Al final, tratando de buscarle algún
sentido positivo, algo bueno habían hecho estos chorritos, al haberme robado el
celular me quitaron toda una amplia gama de mensajes de texto escritos por mi
ex que eran realmente hermosos, algunos hasta incluso posteriores a nuestro
noviazgo, sin embargo una vez ya concluidas las cosas, esos mensajitos no me
iban a hacer bien y yo hubiera tenido que borrarlos, lo cual me hubiera dolido
muchísimo. Lo bueno sigue estando en mi corazón, y eso es más que suficiente.
El robo más reciente fue, quizás,
el menos feliz de los tres, me agarraron dos tipos de unos veintitantos
mientras yo volvía de noche lo más pancho a casa luego de una salida con
amigos. Nuevamente, no me volvieron a sacar nada que tuviera demasiado valor,
simplemente un celular que era medio choto, y un morral de NERV (una
organización ficticia de un anime) que quería mucho y hasta me había ayudado a
hacer buenas migas con gente copada en la facultad.
Durante el 2012, las dos primeras
veces que me robaron estuvieron asociadas a algo. La primera me ayudó a que mi
novia me perdonara, quizás a la larga lo hubiera hecho de todas formas, pero
hay que admitir que el robo contribuyó bastante. De hecho, hasta podríamos
afirmar que esos chorros fueron una cierta bendición, o más bien lo que los
británicos llaman “mixed blessing”, una especie de bendición mixta o ‘desgracia
con suerte’, en la cual pasa algo muy malo que a la larga trae algún beneficio
positivo (como por ejemplo, que te metan preso y en la cárcel conozcas a tu
futura mujer). La segunda vez en el año que me robaron ya no fue algo tan
positivo, pero al menos me ayudaron a deshacerme de algunos vínculos con el
pasado, llámense lindos mensajes de texto, que eran un poco duros si uno los
mira en retrospectiva.
Aún me cuesta descifrar qué
significado o asociación pueda tener este tercer robo más allá de la bronca que
me generó. Quizás no tenga por qué tener un significado o interpretación, pero lo cierto es que nada tiene
un sentido propio si lo vemos desde una determinada perspectiva, y así es como
objetivamente, y fuera de toda carga cultural y valorativa, un partido de
fútbol no son más que veintidós tipos (veintitrés, si contáramos al réferi)
corriendo tras una pelota, o una novela tampoco
es más que una ‘astuta combinación
de tinta y papel’ (Dolina, 1988). Es cierto, la realidad fuera de toda
interpretación no es más que un conjunto de colores, sonidos, olores, texturas
y sabores que cambian sin ninguna pausa. A lo que quiero ir es que justamente
por eso es tan importante interpretar, para darle un mínimo de coherencia y
gusto a lo que vivimos, de no ser así, todo sería un verdadero embole.
No obstante, es probable que mi
problema sea justamente sobreinterpretar las cosas.